Navidad en familia

Allá lejos y hace mucho tiempo existían las familias ampliadas, integradas por los parientes que se reunían y festejaban no solo la Navidad sino que tenían cada semana encuentros llenos de algarabía.
Con el paso del tiempo, los matrimonios con sus hijos impusieron la modalidad “nuclear”, tipo “cápsula”, abandonando aquellas hermosas jornadas de la parentela y ocupándose cada cual de su núcleo familiar.
Hoy, ya no hay tiempo para reunirse más que en el Día de Acción de Gracias o en Navidad.
Vivimos tiempos de cambios profundos en las relaciones familiares: Está desapareciendo la figura del abuelo o la abuela, que antes vivían en casa y constituían el centro de la reunión de toda la familia; ahora hay que ir a verlos al geriátrico.
Las nuevas figuras del escenario familiar actual son, entre otras: el “tercero”, el “novio” de mamá o la “novia” de papá; el novio esposo o la novia esposa del hijo adolescente que muchas veces se queda a dormir en el mismo dormitorio; la figura del padre ausente o del “esposo de fin de semana”, que se alimenta del nuevo sistema de amor negociado, es decir, la relación de pareja como algo “negociable” y de conveniencia.
Completando este cuadro, muchos hogares tradicionales que sobreviven a los embates de los cambios, son el triste espectáculo de maltratos, abusos, incesto y violencia. Otros permanecen enzarzados en pleitos y disputas, alimentando odios y resentimientos. El hogar dejó de ser para muchos un refugio placentero; perdió esa cualidad de espacio íntimo de tregua y refrigerio. En todo caso es un buen hotel. Las estadísticas anuncian elocuentemente la destrucción de la familia tradicional.

No todo es negativo
Pero hay una contracara en este contexto de crisis. Los profundos cambios sociales, económicos y culturales de nuestra época traen aparejados cambios también profundos en los papeles del hombre y de la mujer en el seno familiar. Y estos cambios responden más a la justicia y a la realidad. Si ha habido un resquebrajamiento dramático de la estructura de la familia, hay una razón para ello: en gran medida, dicha familia monogámica y tradicional se asentaba en relaciones de poder que postergaban a la mujer. La encerraban entre las cuatro paredes de una casa.
Por otra parte, en las generaciones pasadas, la libertad y el amor no tenían peso específico en la hora de la elección matrimonial. La modernidad trajo profundos cambios que alentaron los derechos humanos, y en particular los de la mujer. La inserción de la mujer en el mercado de trabajo, generando sus propios ingresos y un espacio mayor de libertad, modifica notablemente los cimientos sobre los cuales está apoyada la familia tradicional (entiéndase un núcleo formado por papá en el trabajo y mamá en la casa).
Esta nueva situación hace que la mujer asuma derechos merecidos. Y en este sentido las relaciones humanas, y consecuentemente las conyugales, si bien más complejas, son hoy más abiertas, justas y auténticas.

Navidad en familia
Hace un tiempo visitamos con mi esposa la tumba de su abuelo en Colonia Valdense, Uruguay. Él nació el 9 de marzo de 1881. Nos sorprendió saber que exactamente un siglo después nació su bisnieta, nuestra hija Mariela. Cuando vivió ese ser que ahora descansa bajo esa lápida, no sospechó jamás lo mucho que tendría que ver con mi vida, con la vida de mis hijas... y lo mucho que aún tendrá que ver con la vida de nuestros descendientes.
Todos tenemos que ver con todos. Nuestros antepasados aún hablan. Y, gracias a la fecundidad, construimos nuestro futuro. Todo esto significa la palabra familia. Y esta esencia no cambia con los cambios culturales que trae el tiempo. Propongámonos en esta Navidad luchar por ese espacio sagrado donde yace la memoria de nuestros antepasados, que conservan nuestras raíces, y desde el cual se forja nuestra propia identidad como personas.
Así como en este día recordamos el nacimiento del Hijo de Dios que vino a salvar el mundo, también recordamos que este no es simplemente un día en el que encontramos la excusa para cenar juntos. La Navidad tiene un mensaje más profundo: la familia ha sido creada y redimida por el amor de Dios. Recordar esto es importante en medio de la crisis que hoy sufre el núcleo familiar y consecuentemente la familia humana.
Recuperemos en Navidad la esperanza en la familia. Aprendamos a mirar la realidad más allá de los ojos del desengaño y la decepción; a descubrir la estrella de Belén, que persiste en darnos en esta noche su mensaje de amor y belleza.
Así, podemos parafrasear el texto de San Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios a la familia, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Autor: Ricardo Bentancur

El nombre de Jesús

Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
La primavera islámica que inició revueltas en Egipto, Libia, Yemen, Siria y Tunisia, trajo a los programas de noticias la complejidad y efervescencia del mundo musulmán. A mediados de 2009, había aproximadamente 1.520 millones de musulmanes. Los hindúes, budistas, religiones regionales en China y sikhs suman otros 1.900 millones.
El auge de las religiones no cristianas es innegable, pero en la época navideña el nombre sagrado que resuena a lo largo del planeta es el nombre de Jesús.
En las Américas, Europa, y crecientemente en los países de la ex Unión Soviética, aun en 2011 se escucha una mención incesante de la entrada personal de Jesucristo en la historia. En miles de centros comerciales y cívicos se oyen villancicos sobre el nacimiento de Jesús, y la escena del pesebre palestino se reproduce a cada vuelta de la esquina.
¿A qué se debe el éxito del evangelio de Jesús? ¿Se trata del producto de hábiles mercaderes que aprovechan el tema para alimentar su avaricia? ¿Por qué hasta hoy resulta tan atractivo el tema del nacimiento de un rabino del primer siglo?
No es que el evangelio de Jesús no tenga sus detractores. Hay quienes pretenden tratar el evangelio como una narración sagrada entre muchas. Pero sin restar méritos al contenido positivo de las grandes religiones, propongo que el atractivo del evangelio reposa en tres grandes pilares: la Biblia, el efecto del mensaje en la vida de los creyentes y la persona de Jesucristo.
La Biblia, un documento de gran fuerza histórica y espiritual escrito en el transcurso de 1.500 años, por más de cuarenta autores, guarda una extraordinaria consistencia interna y un poderoso mensaje de esperanza centrado precisamente en la llegada y existencia en esta tierra del Hijo de Dios.En ella el mismo Jesús nos dice: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (S. Juan 5:39).
Los creyentes no podemos demostrar científicamente la veracidad histórica de cada palabra de la Biblia, pero tampoco necesitamos hacerlo para creer en su mensaje. Los cristianos hemos decidido creer que el Espíritu de Dios estuvo involucrado en su inspiración; por lo tanto, lo que no podemos probar con el método científico, lo aceptamos en base a la fe.
El efecto de la fe en la vida del creyente es otro gran argumento a favor del evangelio. No fueron palabras huecas las pronunciadas por los ángeles de Belén: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (S. Lucas 2:14). Un beneficio tan valioso como la paz, ya sea política o del alma (la más segura), sigue siendo un extraordinario producto de una relación de fe con Dios. ¡Cuánto alivio siente aquel que confía en la Palabra de Dios! El profeta Isaías expresa la promesa de paz en dos áreas de la vida espiritual: la paz del perdón y la paz de vivir en armonía con la voluntad de Dios.
“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). También escribió: “¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar” (Isaías 48:18).
La tercera razón de la atracción de la historia navideña es la vida de Jesucristo. A pesar de las dudas y los ataques de los escépticos, la evidencia histórica muestra que Jesús nació alrededor del año 4 a.C. en Belén. Un ángel se le apareció a José, el esposo de María, para decirle que su hijo no era producto de la infidelidad, sino que respondía a un supremo propósito divino. “Y [María] dará a luz un hijo —continúa el Evangelio— y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (S. Mateo 1:21).
En este nombre y su significado se encuentra el mensaje esencial del cristianismo y el elemento que ha de sobrevivir y trascender cualquier polémica teológica.

El nombre sobre todo nombre
José tendría no solo el privilegio de servirle de padre al niño sino de ponerle un nombre ya establecido por el cielo a los ocho días de nacido. “Jesús” (Iesóus en griego) era equivalente al nombre hebreo Yehoshua o “Josué”, que significa “Jehová es salvación”.2 El nombre dado a las criaturas en tiempos bíblicos expresaba la esperanza de los padres respecto del futuro del recién nacido. En este caso, fue el ángel quien expresó la misión sobrenatural del niño Dios: “Él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Los judíos anhelaban que el Cristo viniese para salvar a su pueblo del poder de Roma, para restaurar la autonomía política de Israel. Jesús no vino a eso. Él vino para salvarnos de nuestros pecados, no en ellos. Un concepto altamente comprometedor, uno que habla de cambios en nuestra conducta y en nuestra misma naturaleza.
Jesús vino a librarnos de las cadenas de la inmoralidad, el vicio, el crimen, el odio, el egoísmo, el abuso y la miseria: del poder de un enemigo mucho más formidable que Roma. Vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (S. Lucas 19:10).
Para los incrédulos y los críticos del cristianismo es más fácil convertirlo en un disidente palestino o en un revolucionario empeñado en contrariar la filosofía romana y el pensamiento judío del primer siglo. O en un sabio o un gran maestro de la antigüedad. Pero Jesús era y es el Salvador. Cuando se acepta que él en efecto tuvo la misión de salvarnos del pecado, entonces su vida y cada uno de sus actos y palabras cobran sentido. Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo para salvarlo (S. Juan 3:16).

El problema
El pecado es un concepto ofensivo para la mente humana moderna. Se lo asocia con un sentido de culpabilidad enfermiza que limita nuestros sentimientos y acciones. A causa de que no existe ni la bondad ni la maldad absoluta —dicen muchos—, nuestros actos responden a las circunstancias y no se podría decir que son esencialmente malos. Mentir tiene su lugar, al igual que cometer adulterio y matar a otros seres humanos. Este relativismo que dice que cada uno tiene derecho a hacer como le plazca con su vida, se resiste a aceptar la definición bíblica del pecado.
La Biblia nos dice que el pecado es la condición de rebeldía hacia Dios el creador. Una condición que se introdujo en la raza humana al comienzo mismo de su existencia y que persiste y se transmite por la herencia y las costumbres que cultivamos. Los actos que se cometen bajo esa condición general de rechazo de Dios se convierten en una barrera entre él y nosotros (ver Isaías 59:2).
A causa de que la voluntad de Dios ha sido expresada por medio de los Diez Mandamientos, el pecado es también definido como infracción de esa ley (1 Juan 3:4). Cristo no solo cumplió la ley, sino que vino a ponernos en armonía con esa voluntad divina, a grabarla en nuestro corazón (S. Mateo 5:17-18; Jeremías 31:33; Ezequiel 36:26-27). Su obra nos libera no solo del peso esclavizante de la culpa, sino también de nuestro deseo de buscar el mal. Vino a reconciliarnos con Dios y a redimirnos de “toda iniquidad” (Tito 2:14).
Por eso es que el apóstol Juan nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9, la cursiva es nuestra).
Jesús vino a salvarnos del pecado porque el pecado es la causa fundamental del sufrimiento humano, de las guerras, la injusticia, la enfermedad y la misma muerte. La llegada de Jesús y su sacrificio en la cruz fue el gesto de reconciliación de Dios con el ser humano rebelde y nos abrió una puerta hacia la vida y la esperanza.
Por eso es que el nombre “Jesús” es tan precioso. Porque incluye en sus letras la promesa de la redención, la esperanza gloriosa de ser salvos para siempre. Bien dijo el apóstol Pedro refiriéndose a ese nombre: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Jesús todavía salva. ¿Quisieras invocar hoy su santo nombre?

Autor: Miguel A. Valdivia

Un rincón lleno de basura...


La casa era hermosa, del estilo del siglo diecinueve, y estaba rodeada de bellos jardines.
Dentro de la casa había colecciones de relojes antiguos, lámparas de dos siglos de edad, sombrillas de todos los países, estatuillas de marfil, y otras muchas antigüedades.
Pero Joan Abery, la dueña, de Reading, Inglaterra, nunca vivió allí. Ella vivió, durante treinta y cinco años, en un vaciadero de basuras.

Joan Abery había sido víctima de un cruel abandono. Su novio la había dejado plantada en el altar treinta y cinco años atrás. Eso la destrozó. No sólo rehusó poner pie bajo el techado de su casa, sino que nunca permitió que ningún otro viviera allí. Prefirió vivir entre la basura, rodeada de ratas y de cucarachas, que en su hermosa casa. Y allí murió, anciana ya, decrépita y solitaria.
Hay un proverbio bíblico que dice: «Más vale habitar en un rincón de la azotea que compartir el techo con mujer pendenciera» (Proverbios 21:9). En su amargura, Joan Abery modificó el proverbio de la siguiente manera: «Más vale habitar en un rincón lleno de basura, sola y tranquila, que en espaciosa casa mal acompañada
La basura no es lugar para vivir. Dios no hizo al ser humano para vivir en medio de la basura. Al contrario, Dios hizo para el hombre y la mujer un jardín encantador que les dio por vivienda. Fue la derrota, la sensación de desgracia y fracaso, lo que los llevó a alojarse entre los desperdicios y las alimañas. Joan merecía vivir en casa propia, rodeada de sus colecciones de arte, y entre jardines y flores, pero prefirió vivir entre la basura.
Así mismo hay muchas personas hoy en día que, pudiendo vivir en la limpieza y en el orden, en la belleza y en la cultura, prefieren vivir en medio de desperdicios y desechos morales. Porque vivir en medio de chismes y discordias, de peleas, de insultos y maltratos, es vivir entre la basura.
Vivir en borracheras continuas, en drogas y delitos; andar ocultando con vergüenza una doble vida; practicar descaradamente toda suerte de aberración moral, adulterios, abandono de hijos, desfalcos monetarios y traición de confianzas, es vivir entre la basura. No sólo la ciudad tiene sus basureros; también los tiene la sociedad que vive en ella.
Cristo quiere librarnos de toda basura moral. Él quiere darnos una vida limpia. Él quiere que vivamos en armonía y paz. Él quiere proporcionarnos una completa y total emancipación. Aceptemos el hogar de Dios. No vivamos más en los basureros de este mundo. Sólo en Cristo hay verdadera pureza.
<<Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida, y por él vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob>>. (Deuteronomio 30:20)
<<¡Sonríele a la vida, Israel! ¿Quién como tú, pueblo rescatado por el Señor? Él es tu escudo y tu ayuda; él es tu espada victoriosa. Tus enemigos se doblegarán ante ti; sus espaldas te servirán de tapete.>> (Deuteronomio 33:29)
No permitas que en este nuevo año tu vida se desenvuelva en un rincón lleno de basura. Prueba una nueva vida en Cristo.

MUSICA